Hace ya muchos años que el sureste de Manhattan pasó de ser un gueto a ser una zona exclusiva. El último remanente visible de su pasado barriobajero era hasta hace poco el graffiti que cubría por completo las fachadas de número 190 de la calle Bowery.
Después de décadas siendo vivienda de un fotógrafo que pagó por él poco más de 100.000 dólares en los sesenta, el edificio de 3.200 metros cuadrados fue adquirido hace unos meses por un empresario a cambio de 55 millones. El plan, como es previsible, es convertirlo en apartamentos y tiendas de lujo.
La sorpresa surgió cuando se supo que el nuevo dueño no iba a borrar todo el graffiti de las fachadas. Después de buscar la asesoría del artista Tristan Eaton, el empresario decidió preservar una obra en concreto.
La pieza es especialmente valiosa por varios motivos. Es obra de Nekst, el importante escritor de graffiti estadounidense que falleció en 2012, siendo aún muy joven. Es además un buen ejemplo del trabajo del escritor, famoso por producir piezas bien acabadas en lugares de máxima visibilidad. Y ha sido restaurada repetidamente durante años por el artista y por sus amigos.
David Chino Villorente publicó ayer en el blog de la revista Mass Appeal un artículo en el que varias figuras importantes del graffiti estadounidense opinan sobre este caso:
Writers weigh in on 190 Bowery keeping the Nekst piece now that most of the graffiti has been buffed.
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