Al aproximarse al graffiti es habitual fijarse en las partes más aparentemente artísticas, como los murales elaborados. Y enseguida surge la pregunta: ¿de dónde salen estas otras obras más bastas, esas letras grandes y redondeadas, ejecutadas con mucha rapidez y solo dos colores, que aparecen sobre todo en los cierres de los comercios?
Se trata de los llamados flopeos, también llamados potas o throw-ups, y su origen se remonta al año 1974, en Nueva York. Por entonces era ya habitual que un graffiti cubriera todo el costado de un vagón de metro, y los escritores de graffiti más ambiciosos se estaban especializando en trabajos de esa escala, cada vez más sofisticados. En ese momento, un escritor decidió dar un golpe de timón y volver a la esencia del graffiti: la cantidad.
Adoptó el nuevo nombre, extremadamente breve y simple, de “IN”. Y comenzó a ejecutar sus piezas de la manera más sencilla posible: un solo color de relleno, aplicado de prisa y a menudo sin llegar a sin cubrir bien la superficie del vagón, y una simple línea como contorno de las letras. La lógica es que, invirtiendo las mismas horas de esfuerzo y la misma cantidad de pintura que otro escritor invertiría en un solo vagón entero, es posible producir cientos de pequeños throw-ups en multitud de vagones, multiplicando exponencialmente tanto la visibilidad como la durabilidad del trabajo.
La fórmula se convirtió enseguida en una de las herramientas básicas del graffiti. Hasta hoy, el trío de formatos “firma, throw-up y pieza” sigue constituyendo la base de las convenciones formales del graffiti. Junto con la firma, el throw-up ha sido el formato estrella en el bombardeo de calle desde que el graffiti fue expulsado del metro en 1989 (aunque no se generalizó en Europa hasta entrada la pasada década). La lógica sigue siendo la misma: en un entorno vigilado y frecuentemente borrado, no merece la pena invertir tiempo y materiales en una obra elaborada.
La ciudad de Barcelona es prueba viviente de esta lógica. Mientras hubo tolerancia, la mayoría de obras eran murales elaborados. Sin embargo, a partir de 2006, cuando comenzó la represión y el borrado, el throw-up se ha convertido en el formato estrella de la ciudad.
El throw-up aparenta ser simplemente una forma rápida de visibilizar el nombre, que sacrifica la estética en favor de la efectividad. Sin embargo, la estética es subjetiva. Como ocurre con las firmas, el throw-up es una forma de arte en sí mismo, y ha dado lugar a todo un enorme acervo de tradiciones estilísticas desarrolladas en todo el mundo a lo largo de cuatro décadas. Es, de hecho, el formato de graffiti más difícil de dominar.
Abajo, algunos buenos ejemplos de throw-ups. Más aquí.
Esta y otras cuestiones quedarán respondidas en el seminario de la semana que viene: Entender el graffiti. Diez horas de teoría para estudiar a fondo el fenómeno.
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