El graffiti y el arte urbano son desde hace años una de las principales atracciones turísticas de Melbourne y son promocionados como tales por el ayuntamiento. Existe una red de lugares (PDF 1MB), todos ellos callejones del centro, en los que es legal pintar. El más famoso es Hosier Lane, cuyas paredes son un fondo muy popular para fotos de boda y anuncios televisivos. El callejón ha servido incluso de escenario para un programa televisivo de cocina.
En Hosier Lane está también el restaurante de moda MoVida. Según un artículo publicado ayer en The Conversation, el dueño del restaurante se queja de la presencia de indigentes en el callejón, y el ayuntamiento ha respondido evacuando a los indigentes en coches patrulla y cerrando con tablones los huecos en la pared que servían para pernoctar.
Si nos preguntamos por qué duermen aquí los vagabundos también deberíamos preguntarnos por qué está aquí MoVida, por qué vienen los turistas, y por qué viene gente todos los fines de semana a hacer sus fotos de boda.
Está de moda estar cerca de los márgenes. En la renovación de los espacios urbanos se suele intentar incorporar valores culturales. Ahora se paga a los artistas del graffiti para que pinten los espacios públicos.
La marginalidad vende, y la comercialización de Hosier Lane depende de esta cercanía a la marginalidad. El aura de crimen, de espacio intermedio no del todo legal, no del todo ordenado, es muy deseable.
Eso sí, solo es deseable una imagen de marginalidad, un decorado. En los parques temáticos del arte urbano que son hoy los centros de muchas ciudades, las formas reales de marginalidad son hechas desaparecer en coches patrulla. Todo limpio para la hostelería y el turismo.
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