El popular novelista López Reverte publicó en 2013 una novela titulada El francotirador paciente. Narra las aventuras de un grafitero llamado Sniper y de una periodista que trata de dar con él. Hemos disfrutado en el pasado con otras novelas del autor, pero esta no nos pareció a la altura. Parece incluso estar escrita de forma apresurada. ¿Había prisa por aprovechar el tirón mediático de estas cosas? Puede ser.

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Pero la novela de Reverte no es única en su género. Desde hace ya más de treinta años se vienen publicando novelas, y también películas, que son dramatizaciones de la vida de los practicantes del graffiti.

La primera película es de hecho un documento fundamental en la historia del graffiti. Se trata de Wild style, publicada por Charlie Ahearn en 1983. Es un drama situado en el Bronx, en los años de máximo esplendor del graffiti sobre el metro de la ciudad. Ahearn decidió no contar con actores profesionales, y dejó que los propios jóvenes que en esos años estaban dando forma a las culturas del graffiti, el break dance y el rap se interpretaran a sí mismos. Esto da a la cinta un tono amateur muy genuíno y entrañable, aunque no contribuye mucho a la calidad general. Como estudiamos en este artículo, Wild style fue el principal vehículo en la creación del llamado hip-hop. Fue también uno de las principales vías de exportación del graffiti al resto del mundo.

Inmediatamente después de Wild style apareció Beat street (Stan Lathan, EEUU 1984) película de bajo presupuesto producida desde Hollywood con la descarada intención de explotar el tirón de los nuevos fenómenos. De hecho, el argumento de Beat street es un popurrí de Wild style y el documental Style wars, también recién publicado por entonces.

Durante el resto de los ochenta se publicaron varias cintas más para explotar el fenómeno del graffiti de forma rápida y barata. Aparte de algunas producidas directamente para televisión, como Graffiti rock (Clark Santee, EEUU 1984), la más conocida es Turk 182 (Bob Clark, EEUU 1985), película de serie B obra del director de Porky’s.

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En todos los casos se trata de cintas muy malas, cuyo único interés estriba en lo antropológico. Hubo que esperar veinte años para que comenzaran a aparecer películas creíbles y honestas ambientadas en el mundo del graffiti. Las más visibles han sido The graffiti artist (James Bolton, EEUU 2004) y Wholetrain (Florian Gaag, Alemania 2006). Esta última es especialmente interesante para el público europeo porque está ambientada en la actual escena alemana de graffiti sobre trenes.

En cuanto a libros, los más conocidos no son obra de novelistas profesionales como Reverte, sino narraciones autobiográficas producidas por ex-escritores de graffiti. Por desgracia, ninguna de ellas está traducida al castellano. El británico Glynn Judd alias Noir publicó en 2013 Addicted to steel, un relato de sus experiencias como escritor de graffiti especializado en trenes. Por su parte, el estadounidense Dumar Brown, cuyo alias Nov tuvo presencia en el graffiti neoyorquino de los noventa, publicó en 2002 su novela Nov York.

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Pero los libros más interesantes son sin duda los escritos por Vincent Fedorchak alias Fuzz one. En ellos, el pionero del graffiti narra sus aventuras a principios de los setenta, cuando contando solo ocho años de edad comenzó a frecuentar los túneles y cocheras del metro. La estructura es inexistente y la narración es muy cruda, pero ningún otro texto nos permite visitar de un modo tan creíble la alucinante aventura que vivieron los niños que inventaron el graffiti, y las difíciles pero apasionantes circunstancias sociales que rodearon esa gestación.

La creación de películas y novelas es otra de las vías de espectacularización del graffiti, en términos situacionistas. Es decir, la transformación de experiencias en imágenes y productos. Estudiamos a fondo las múltiples facetas de esta problemática en la clase teórica El graffiti espectacularizado, la penúltima sesión del seminario de este fin de semana. Fechas y horarios aquí. El programa completo del seminario está aquí.