El archiconocido Shepard Fairey fue arrestado ayer en Detroit. Se le acusa de haber pegado carteles sin permiso en la ciudad en su visita de la pasada primavera, cuando fue invitado para ejecutar un mural de gran formato. De hecho, Fairey anunció abiertamente sus planes al respecto antes de su visita, y publicó después en internet las imágenes de los carteles instalados en diversos puntos de la ciudad.
Hace tiempo que Fairey declara no tener intención de luchar legalmente en estos casos: prefiere entregarse, como hizo ayer, y asumir las multas. Es la actitud de las agencias de “marketing de guerrilla” (publicidad instalada sin permiso), que simplemente incluyen en el presupuesto de la campaña la cuantía de las posibles multas. En sus cuentas, la visibilidad que se obtiene a cambio resulta en cualquier caso abismalmente barata.
Pero la estrategia de Fairey va aún más allá. Para él, el arresto es precisamente la pieza más valiosa a la hora de construir su imagen de artista revolucionario, el eje de su marca comercial. Una marca extremadamente lucrativa y que usa sin rubor las tácticas del capitalismo más inescrupuloso.
En un artículo sobre el arresto de ayer, un galerista local que trabajó hace años con Fairey explica con claridad el asunto:
Esto es exactamente lo que él quiere. Lleva las denuncias en la solapa como enseñas de honor. Está utilizando al sistema judicial y a los medios de comunicación para hacer publicidad de sí mismo. Para él la inversión es mínima, y a cambio consigue que su nombre siga teniendo relevancia. Lleva años haciendo esto, y se le da muy bien.
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