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Matthias Wermke, arte desde el graffiti

Javier Abarca, 16 de diciembre de 2010

Una breve mirada a algunas obras de Wermke, que lleva a una reflexión acerca de las fórmulas de traslación entre los lenguajes de la calle y la galería.

Desde que, alrededor del cambio de siglo, el arte urbano resurgiera de las cenizas de los ochenta, su evolución no ha dejado de sorprender a propios y extraños. Durante varios años, la tendencia más plana dominó la escena: un festival de personajes de estética cute (linda), propagados a base de pegatinas y carteles, y producidos por una generación mayoritariamente educada en el graffiti y mucho más influida por los dibujos animados y la publicidad que su antecesora de los ochenta.

En el último lustro, en cambio, aunque casi todo el arte urbano sigue estando basado en la propagación de una identidad, tanto artistas como público han ido aprendiendo a esperar algo más de esta práctica, sobre todo tres cosas: registros gráficos alejados del infantilismo, carga narrativa en el contenido, y una mayor atención al entorno en la concepción y propagación de las imágenes, es decir, una visión holística en la que entorno y obra son uno.

Los mejores frutos están por llegar. Es ahora cuando los artistas más sensibles de la escena, los que no han buscado los focos ni el dinero inmediato sino que han priorizado la construcción pausada de un discurso, están alcanzando la madurez. Los últimos experimentos del francés naturalizado madrileño Eltono y del californiano MOMO, que he tenido la suerte de comisariar en Coruña, emocionan tanto por lo que logran como por lo que prometen, viniendo de artistas que escasamente superan la treintena.

Pero la vanguardia más desnuda e implicada, la más difícil de vender y la más relevante desde el punto de vista intelectual, se encuentra en un puñado de artistas que abandonaron hace tiempo el juego de la serialidad y la identidad gráfica, y que producen, en cambio, intervenciones independientes y anónimas, obras que nacen en, por y para un entorno concreto. Lo que en lengua inglesa se entiende por site specific intervention.

Wermke-Manhattan-bridge

Balloons, Nueva York, 2007

Matthias Wermke es, como los suecos Akay y Adams, uno de estos artistas. Lo que une a estos tres, y los diferencia de otros destacados intervencionistas como el madrileño SpY o el norteamericano Brad Downey, es que su discurso gira alrededor de su larga experiencia como practicantes del graffiti. Y en esto radica gran parte de su relevancia: sus trabajos son fórmulas que logran, por fin, hacer arte contemporáneo a partir del graffiti.

La fórmula más habitual para ese fin, es decir, la reproducción en un contexto legal de los motivos gráficos usados en la calle, es tan inútil ahora como lo fue la primera vez que se puso en práctica, a principios de los setenta. Extirpar la cáscara gráfica del graffiti es una táctica errada, que pretende entender al animal examinando sus excrementos en una habitación blanca mientras la esencia queda fuera, latiendo, desconocida.

El graffiti es la vivencia. Cada obra pictórica o caligráfica es solamente el residuo de una acción, y cada acción es, a su vez, parte y resultado de la vivencia de un complejo esquema cultural. Cada obra de un escritor de graffiti, y, sobre todo, el conjunto de su trabajo, cobran sentido solo dentro de ese esquema. Tratar de apreciar el graffiti desde fuera, desde los términos en que se juzga una obra de arte moderno o contemporáneo, e ignorando la cultura que le da sentido, equivale a tratar de apreciar la poesía en un idioma desconocido buscando valores en el timbre, el tono o la fonética. Esa táctica jamás nos permitirá compartir las inquietudes y hallazgos del autor.

La generación de artistas europeos que mencionaba está encontrando la solución a un problema de décadas, proponiendo modos de transformar aspectos esenciales del graffiti en obras de calidad compuestas en el lenguaje del arte contemporáneo. La mayoría de su trabajo habla de la manera transversal en que el escritor de graffiti experimenta la ciudad, como un infinito terreno de juego, convirtiendo sus rendijas, espacios muertos y parcelas ignoradas en campo visitable, vivible, y útil para la poesía. La visión de la ciudad que el situacionismo propusiera, llevada a la práctica de forma tan literal como natural.

Adams-and-Wermke-Untitled-2009Berlin

Untitled, Adams y Matthias Wermke. Berlín 2009. Imagen: Jürgen Große.

Las acciones e intervenciones de Matthias Wermke tienen entre sus principales líneas argumentales la visión del proceso de tránsito y de la zona fronteriza como espacios liberados. El artista vincula estas inquietudes con su infancia en los últimos años del Berlín del este, presenciando intentos de escapada, y viviendo íntimamente el proceso de caída del muro. En Border crosser (2006) Wermke cruza desnudo el río Spree junto al Bundestag, de este a oeste, siguiendo una conexión sugerida por las escaleras a ambos lados. Tres años después, Wermke y Adams duermen flotando en el río una mañana de verano, en un par de camas sobre balsas construidas por ellos mismos con styrofoam. En Balloons (2007) el artista escala las estructuras de metal de los puentes de Brooklyn y Manhattan para atar grandes racimos de globos en puntos muy elevados.

Wermke produce sus obras más técnicamente ambiciosas con su pareja artística el cineasta Mischa Leinkauf, también educado en el graffiti berlinés. El proyecto Zwischenzeit (2008), cuya preparación llevó cuatro años, consistió en la construcción de un pequeño vagón impulsado a mano, con el que Wermke recorrió de noche las vías del metro de su ciudad, y de un segundo vagón desde el que Leinkauf grababa. Los vagones están diseñados de tal modo que es posible plegarlos y transportarlos a modo de mochila, algo imprescindible dado que actuaron, por supuesto, sin permiso. La documentación resultante se instala como una triple proyección en bucle de diecisiete minutos.

Su última colaboración tuvo lugar el verano pasado en Estambul, donde Wermke disfrutaba una beca de diez meses. La pareja se sintió atraída por un largísimo muelle de hormigón paralelo a la costa y sin conexión con ella, situado entre Europa y Asia. Construido en los sesenta para proteger la ciudad de las olas producidas por los barcos cargueros, el desértico muelle es ignorado a diario por los pasajeros de los innumerables ferrys que cruzan el estrecho. En el proyecto Mendiregin üstünde, Wermke recorrió el muelle en bicicleta mientras su compañero lo filmaba desde el ferry. Una segunda fase del trabajo consistió en la construcción de una cabaña en el muelle en la que los artistas pasaron tres días, dejándola allí después como contribución a la ciudad.

Versión corregida del artículo del mismo título publicado en la revista Mombaça en diciembre de 2010. Imágenes cortesía de los artistas.