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Pignon-Ernest y cómo vender arte urbano

Javier Abarca, 23 de septiembre de 2008

Ernest Pignon-Ernest (Niza, 1942) comenzó a experimentar con el arte de calle en el año 1966, aunque no sería hasta 1971 cuando ejecutara su primer proyecto de envergadura. En sus intervenciones utiliza serigrafías y dibujos sobre papel que representan figuras humanas realistas a tamaño natural. Prepara los papeles en su estudio, los pega en las paredes de la ciudad, y finalmente fotografía el resultado.

Nada que no conozcamos, esta es una de las metodologías más emblemáticas del actual arte urbano. Por eso sorprende que la figura de Pignon-Ernest no sea más conocida. La barrera idiomática hace que la escena francesa del arte urbano se desarrolle un poco aparte del resto, lo que podría explicar que la existencia de Pignon-Ernest no haya trascendido en el mundo anglófono mientras en Francia su nombre ha llegado a aparecer en convocatorias de arte urbano junto al de estrellas jóvenes.

El trabajo de este francés se articula en forma de series, cada una de las cuales tiene un argumento propio. Los contenidos parten tanto de referencias personales del artista como de un estudio pausado del entorno a intervenir, en sus dimensiones física, humana e histórica.

Su serie más representativa, Napeau des Murs, fue desarrollada en Nápoles entre 1988 y 1995 . Pignon-Ernest partió de un deseo de tratar los arquetipos de la cultura mediterránea, para lo cual encontró en Nápoles el entorno ideal. La carga histórica de la ciudad, impregnada en su arquitectura, le atrajo como fuente de inspiración y como contexto en que integrar sus dibujos.

Pignon-Ernest tuvo formación clásica y es un virtuoso de la figuración, todas sus obras están dibujadas a mano y parten de esbozos propios. Es también metódico al preparar sus intervenciones. En Nápoles, recorrió la ciudad documentando cuidadosamente calles y edificios, leyó sobre sus historias, y estudió a los artistas históricos locales, de entre los cuales acabó interesándose por Caravaggio.

Las obras instaladas en Nápoles son adaptaciones de figuras de Caravaggio. La serie consistió en diez tiradas serigráficas de ochenta copias cada una –la metodología habitual del francés– y treinta y un dibujos únicos, ejecutados a la piedra negra, cada uno de ellos diseñado para integrarse en el espacio y luz de una ubicación concreta.

Todo este cuidado documental y formal se acompaña de un ambicioso discurso teórico, en el centro del cual está la idea de la imagen intrusa como vértice de un mecanismo que acaba confiriendo al entorno físico las cualidades de una imagen. Pignon-Ernest dice entender el escenario urbano en términos escultóricos, y se refiere a sus intervenciones como readymades.

Pignon-Ernest vende el boceto preparatorio, acompañado de una fotografía de la obra resultante instalada en la calle.

Pignon-Ernest es artista profesional desde la década de los setenta, y no ha dejado de ejecutar el grueso de su obra en la calle. Hace ya años se enfrentó al dilema al que se enfrentan hoy muchos artistas urbanos: ¿cómo producir objetos coleccionables que conserven alguna conexión con la obra que se produce en la calle? Una solución pasa por la venta de bocetos y otros restos del proceso de preparación de una obra de calle.

Es la salida por la que se inclinó en su momento gente como Christo, y que ahora utilizan artistas como el italiano Blu, uno de los grandes de la escena actual. Pignon-Ernest vende también el boceto, acompañado de una fotografía de la obra instalada en la calle. La táctica de la fotografía como prueba del vínculo entre el objeto en venta y la calle ha sido adoptada últimamente por diferentes artistas para la producción de fetiches coleccionables, como en el caso de los invertidos de Eltono.

En otras ocasiones Pignon-Ernest vende sencillamente imágenes de sus intervenciones en forma de fotografías de gran formato. Esta solución, tan obvia como efectiva, es un recurso bien conocido, y es que el arte urbano no es la primera forma de arte que renuncia al objeto coleccionable y da con ello la espalda al mercado. A menudo, para hacer vendible lo que no se puede vender, ha bastado con vender su imagen. Osea, documentación de las esquivas obras, sobre todo fotografía y vídeo. Aunque también se compran otras formas de documentación cuyo atractivo como objetos de colección podría parecer menor, por ejemplo los breves textos que Richard Long ha usado a veces para vender sus excursiones por el campo.

Varias de las series de Pignon-Ernest han tenido un argumento político explícito, como la instalada en 2002 en las paredes del ghetto sudafricano de Soweto, basada en una fotografía insignia de la lucha anti-appartheid, y que denunciaba la epidemia del SIDA. Sin embargo, los motivos gráficos más habituales en su trabajo son referencias culturales, más bien altoculturales: personajes clásicos y escritores icónicos.

Entre estos estuvo Rimbaud, cuya efigie repartió entre París y la ciudad natal del poeta, Charleville. Esta serie de 1978 sería el colofón de la primera época de Pignon-Ernest en París, en cuyas calles no volvería a trabajar hasta finales de los noventa. No participó, por tanto, en la escena del arte urbano parisino de los ochenta.

Pero su herencia sí estuvo presente. Blek le Rat, quien fuera origen y cabecilla de esa escena, vio en sus años de estudiante la obra de Pignon-Ernest en las calles de París. Dice Blek que el encuentro con los restos raídos de la imagen de Rimbaud fue una experiencia que le “desbloqueó”.

Blek ha declarado en más de una ocasión que el trabajo del norteamericano Richard Hambleton fue el ejemplo que le inspiró experimentar con figuras humanas de tamaño natural, un recurso que pronto se convertiría en la insignia del francés. La obra de Pignon-Ernest, aunque reivindicada con menor énfasis por Blek, es un referente anterior y más cercano. El artista de la plantilla Jef Aerosol, que comenzara a actuar en la ciudad francesa de Tours en 1982 sin haber tenido noticia de la obra de Blek, menciona también la herencia de Pignon-Ernest como decisiva en su evolución.

Pignon-Ernest fue, en 1971, el primer artista urbano especializado en la representación realista de figuras humanas a tamaño natural, una táctica que desde entonces se ha convertido en uno de los lugares más comunes del arte urbano, desde Blek en los ochenta hasta los actuales Banksy, Swoon, y sus numerosos seguidores. Pignon-Ernest cuenta que la idea de las figuras humanas surgió de su obsesión por las sombras que las víctimas de Hiroshima y Nagasaki dejaron en las ruinas de sus ciudades.