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Inmediato pero no simple: Brad Downey

Javier Abarca, 8 de octubre de 2018

Brad Downey es el más visible y respetado representante de la vertiente puramente contextual del arte urbano. Este breve texto analiza las cualidades que hacen único su trabajo.

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Brad Downey, Tuning Crickets, 2016.

El arte urbano es ante todo trabajar con el contexto, y en eso Brad Downey es uno de los más finos. Pero, a diferencia de otros maestros del trabajo cien por cien site-specific, Downey se distingue por su cualidad instintiva. El sueco Adam o los alemanes Wermke Leinkauf, por ejemplo, trabajan con cada contexto en relaciones largas que obedecen a estrategias estudiadas. Downey, por el contrario, se dedica a acumular encuentros con distintos lugares y a responder con agilidad en cada caso. Su trabajo es más táctil y visual, más escultórico. Esta diferencia se corresponde con las diferentes maneras de abordar el espacio urbano de grafiteros y patinadores. Los mencionados artistas europeos se educaron en el graffiti, una disciplina que exige estudiar los objetivos y planear las acciones. Downey por su parte se educó sobre un monopatín, jugando con el entorno construido de forma intuitiva e inmediata.

En el caso de Downey la inmediatez no implica simpleza. Su trabajo está lejos de las anecdóticas obras «contextualizadas» que se hacen virales en los feeds de arte urbano, por ejemplo esa en que el artista ha pintado un personaje de modo que un matorral existente le sirve de peinado afro. Downey tiene la capacidad de jugar con una inmediatez equivalente pero llegando más allá de la superficie, hasta tocar aspectos esenciales de las cosas. Su trabajo es accesible y tiene chispa, por eso gusta en la escena del arte urbano. Pero al mismo tiempo satisface lecturas más pausadas, por eso también funciona en el circuito del arte contemporáneo. Tiene la multiplicidad de lecturas que permitió a Keith Haring desenvolverse con éxito tanto entre el público culto como entre el popular.

Las mejores intervenciones callejeras de Downey se caracterizan por su extrema economía de medios e ideas y por su desarmante falta de pretensiones. Y, sobre todo, por su naturalidad. Las más sencillas podrían pasar desapercibidas como intervención artística, podrían parecer gestos hechos casi sin intención por un gamberro o por cualquier paseante, incluso meros accidentes. Son hacks tan elementales que se confunden con glitches. Downey aprecia esta cualidad equívoca de su trabajo, considera que lo expande. Para el espectador familiarizado con sus intervenciones, todos los accidentes visuales y escultóricos que aparecen en el día a día pasan de alguna manera a formar parte de la obra de Downey. El alemán Kevin Schulzbus convirtió esta idea en una divertida serie fotográfica de obras apócrifas que se publicó en el poco conocido libro Put two and two together, firmado por Schulzbus y el propio Downey.

Un mérito de Downey es su capacidad de mantener la frescura en sus encargos de arte público. Sabe generar ideas que, sin dejar de ser inmediatas, aprovechan las posibilidades del trabajo institucional: mejores herramientas y permiso para actuar abiertamente y con ayuda. Algunas de sus obras más sencillas y potentes se han producido, de hecho, en contextos de trabajo por encargo. Por ejemplo Misunderstood Lovers, creada en 2013 para Public Art Horsens, en Dinamarca, o Cutting II, parte de la edición de 2014 de Bien Urbain en Besançon, Francia.

En esta línea de trabajo se inscribe la excelente Tuning Crickets, de la que tuve el privilegio de ser testigo, y que se produjo durante la edición de 2016 del festival Poliniza DOS, en Valencia. Como es habitual en el arte que trabaja con contextos, su potencia apenas se intuye en la documentación que ha quedado. Pero puedo atestiguar que asistir al sonido amplificado de los grillos en el campus vacío fue toda una experiencia.

Versión editada del artículo «Inmediato pero no simple: Brad Downey en Valencia», incluido en el libro Campus Espontani, publicado por la Universidad Politécnica de Valencia en 2018.