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Consígueme un muro, necesito likes

Javier Abarca, 20 de abril de 2022

Hace ya unos años, cuando aún vivía en Madrid, recibí una llamada de un colega de la escena del arte urbano: “¿Qué tal? Mira, es que está por aquí un artista, que es amigo de un amigo, y el tío es de Nueva Zelanda, y está en Madrid unos días y me ha preguntado si podría encontrarle un sitio donde pintarse un muro guapo. ¿Tú sabes si en La Tabacalera o en Esta Es Una Plaza podría pintar? El tío se lo curra mucho y tal.”

No sé qué respondí, pero nunca he olvidado la conversación. Me pareció muy triste. Qué tiempos aquellos, pensaba luego, cuando te enterabas de la visita de un artista extranjero porque te encontrabas su trabajo por la calle en sitios insospechados. Cuando era el visitante el que te enseñaba tu ciudad a ti. ¿Ahora ser artista urbano consiste en eso? ¿En tirar de contactos y esperar a que te consigan turno en un parque temático del arte urbano?

Qué tiempos aquellos cuando te enterabas de la visita de un artista extranjero porque te encontrabas su trabajo por la calle en sitios insospechados

Viendo el panorama, parece que sí. Consiste en acumular likes hasta acceder al circuito profesional de los murales, y de ahí pasar a las galerías especializadas o a la venta directa a coleccionistas. Y para eso no hace falta andar por la noche pasando penurias y acabando todo sucio. Mucho más fácil trabajarte el Instagram y pintar en paredes tranquilas, donde te dejen pintar algo elaborado y puedas socializar. Donde vaya mucha gente a hacerse selfies. Poco importa si al rato viene otro con el mismo cuento y pinta encima, la foto ya está en los stories.

Hace veinte años no había nada que rascar en esto del arte urbano. Quien se metía en ello lo hacía solo por gusto. Había de todo, pero todo el mundo tenía un punto romántico, como no podía ser de otra manera. Y todo el mundo se ponía las pilas, salía a la calle y se inventaba cosas. En eso consistía el arte urbano, y por eso era divertido. Ahora consiste en historias como la del artista de Nueva Zelanda. O, casi peor, consiste en exposiciones y murales oficiales, en general tan predecibles como los del arte contemporáneo pero menos interesantes aún.

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Una vez asistí a la ejecución un mural enorme. Al pie de la fachada, con la pintura casi acabada, el artista me preguntó si me gustaba. “¿Cómo me podría gustar una cosa tan grande?” me preguntaba yo. A mí lo que me gusta es seguir el rastro a alguien que le va sacando las cosquillas a la ciudad usando su cuerpo y pocos medios más, explotando cada contexto con astucia, y descubriéndome por el camino rincones y cosas que me pasaban desapercibidos. Poco que ver con los murales monolíticos. Lo expliqué con detalle hace ya seis años en otro texto, eran ideas que flotaban en la mente de muchos y los académicos siguen repitiéndolas.

Desde entonces, a los murales se han sumado las exposiciones, desterrando definitivamente la diversión del arte urbano. Qué tiempos aquellos –es inevitable pensar– cuando andar en este mundillo te hacía conocer personajes raros, de esos que solo aparecen de noche, y te metía en aventuras impredecibles. Poco que ver con el ambiente de una feria de arte. Al final, los aspirantes a artista urbano de hoy pueden parecerse más a concursantes del pasmoso talent show Street Art Showdown que a los excéntricos románticos de hace veinte años.

Las ciudades y el arte urbano eran buenos aliados antes de la gentrificación, cuando había terrenos indefinidos y lugar para la improvisación

Las ciudades y el arte urbano eran buenos aliados antes de la gentrificación, cuando había terrenos indefinidos y lugar para la improvisación. Y el arte urbano era interesante precisamente porque se dedicaba a sacar partido a todo eso. El entorno gentrificado, por el contrario, no deja mucho espacio para esa forma de trabajo. Allí lo que prima son las grandes fachadas de colores pintadas desde una grúa. Es cierto que aún hay gente joven que se busca la vida por su cuenta, y paseando puedes encontrar cosas que te alegren el día. Pero sacar partido a la ciudad con sutileza exige práctica. Los escasos proyectos de peso que aún surgen dentro del arte furtivo tienden a ser obra de artistas con años de trayectoria.

Para entender de qué trata en realidad el arte urbano no hay nada mejor que pasar una jornada con artistas como el madrileño E1000 o el valenciano Luce. A lo que se dedican es a moverse, husmear por todos los rincones, encontrar cosas interesantes y reflexionar. Solo una pequeña parte de sus idas y venidas se transforma en proyectos artísticos. Pero es que el arte urbano consiste sobre todo en esas idas y venidas, que son lo divertido. Y solo a partir de todo ese barro se llega a moldear obras que sean de verdad finas.