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Lo que parecía imposible ha empezado a ocurrir hoy. La firma del legendario Muelle, el gran pionero del graffiti español, que milagrosa y precariamente sobrevive desde 1988 en pleno centro de Madrid, ha comenzado a ser restaurada. Toda una victoria para muchos aficionados al graffiti, en especial para la plataforma encabezada por la restauradora Elena Gayo y el historiador Fernando Figueroa que lleva seis años movilizando a la opinión pública y solicitando a los gobiernos nacional y local que la firma se conserve.

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La firma de Muelle que está siendo restaurada, en su estado original.

Se trata del último capítulo en la complicada y contradictoria relación entre Muelle y el gobierno local. Muelle fue perseguido y multado, pero los agentes que le detenían le pedían a menudo autógrafos. El ayuntamiento reprodujo su firma como parte de una ilustración en una revista municipal, a lo que Muelle respondió con una denuncia por uso indebido de su logotipo, que había registrado oficialmente. Y, tras la muerte del artista en 1995 a la edad de 29 años, el consistorio afirmó estar dispuesto a conservar una de sus firmas, cosa que nunca sucedió.

Muelle y su trabajo aparecieron varias veces en los medios de comunicación mayoritarios, como por ejemplo en los siguientes fragmentos de programas televisivos. El primero es un reportaje sobre la obra del artista emitido en 1989, el segundo un reportaje sobre el metro de Madrid producido en 1987 que incluye una entrevista con Muelle cerca del minuto nueve.

Quien lea esto hoy sin haber vivido en el Madrid de hace treinta años podrá extrañarse de que un grafitero despierte tanto interés. Pero es que Muelle no fue un grafitero común. Fue el primero, y durante varios años el único artista presente en las calles de la ciudad. Su nombre, perfectamente legible, aparecía con una frecuencia pasmosa en todos y cada uno de los barrios y ciudades satélite, y especialmente en los pasillos y andenes del metro, hasta convertirse en sinónimo de la palabra graffiti.

Este infatigable trabajo hizo de Muelle una figura fundamental para toda una generación de habitantes de la capital, y un símbolo de Madrid tan emblemático como el oso y el madroño que adornan la plaza principal y el escudo municipal. Además, Muelle trabajó en la época más recordada de la ciudad, los años ochenta, cuando sus gentes se sacudían cuarenta años de dictadura militar católica sumergiéndose en la nocturnidad y el hedonismo.

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Por otro lado, el trabajo de Muelle era diferente del graffiti actual. Comenzó a pintar mucho antes de que la corriente de graffiti nacida en Nueva York llegara a España, y tuvo por tanto que inventar su propia forma de hacer graffiti. Una forma que creó escuela y dio lugar al llamado graffiti autóctono madrileño o graffiti flechero, una de las escasas tradiciones de graffiti ajenas a la neoyorquina que han llegado a tomar forma en todo el mundo.

Por otro lado, Muelle desarrolló una ética acerca de dónde pintar y se especializó en soportes sobre los que su firma no causaba daño, como por ejemplo carteles publicitarios o vallas temporales de espacios en construcción. También su personalidad era excepcional. Humilde y accesible, recibía en su pequeña casa familiar del barrio obrero de Campamento a numerosos adolescentes grafiteros que, como yo mismo, acudíamos a conocerle, hablar con él y conseguir una rúbrica de su puño y letra.

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La noticia de la restauración del Muelle de Montera llega poco más de dos semanas después de otro momento emocionante y sorprendente para los admiradores de Muelle, cuando el ayuntamiento de Madrid inauguró un parque bautizado como Jardín de Juan Carlos Argüello “Muelle” muy cerca de la vivienda en que residió el artista. El trabajo de restauración que comienza hoy confirma la actitud del ayuntamiento, que ha mediado con el propietario de la pared y proporciona los materiales necesarios. La actuación está siendo promovida por la plataforma de Gayo y Figueroa y llevada a cabo de forma voluntaria por estudiantes de la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Madrid como parte de sus prácticas académicas.

La cada vez más habitual conservación de obras de graffiti y arte urbano es objeto de discusión en todo el mundo, como pudo comprobarse hace unos días en el extremadamente encendido debate que moderé en el CCCB de Barcelona como parte del festival Open Walls Conference. El debate enfrentó dos posiciones opuestas, la de Elena Gayo y la del comisario italiano Christian Omodeo, uno de los responsables de la polémica exposición Street Art: Banksy and Co, que tuvo lugar en Bolonia en la primavera pasada. En dicha exposición se mostraron varias obras del muy respetado artista italiano Blu que fueron a tal efecto extraídas, sin permiso del autor, de la fábrica abandonada en que fueron ejecutadas en la década pasada. La operación acaparó titulares sobre todo a causa de la reacción de Blu, que protestó cubriendo con pintura gris los once grandes murales que había acumulado en las calles de la ciudad durante años.

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La ilustración aparecida en una revista municipal por la que Muelle denunció al ayuntamiento.

Elena Gayo encabeza un grupo de restauradores españoles que desde 2014 viene reflexionando en congresos y publicaciones sobre los límites éticos de la conservación de obras de graffiti y arte urbano. En contraste con el caso de Bolonia, la restauración del Muelle de Montera se está llevando a cabo de acuerdo a los parámetros postulados por el grupo de Gayo: la obra se conserva in situ, el artista (en este caso su familia) está de acuerdo con la actuación, y un grupo significativo de la población ha expresado, a través de las recogidas de firmas realizadas por la plataforma de Gayo y Figueroa, su deseo de que la obra se conserve. 

Quien quiera profundizar en la figura de Muelle y en la irrepetible era del graffiti autóctono madrileño puede disfrutar del entrañable documental dramatizado Mi firma en las paredes, producido por la televisión pública española en 1990.